Esta exhibición surge de una inquietud personal de Elena Ho respecto a las expectativas que se levantan sobre la experiencia de ser mujer.  

 

Cada época, independiente de sus tendencias, propone atributos que debería encarnar el género femenino incitando a cada mujer a matricularse con estos atributos, o -al menos- a moverse dentro de un marco que puede acercarla o alejarla de su esencia natural.

 

Hostigada por esta demanda impuesta, la artista toma entre sus manos una sustancia tan maleable como rudimentaria e impredecible,  la cerámica, y se abandona a una suerte de goce en ese espacio carente de expectativas. 

 

Moldear, vaciar, tallar, burilar la cerámica es en sí mismo impredecible, tanto como el resultado. Es un ejercicio de paciencia, tolerancia, frustración y aceptación, del que emergen objetos siempre un tanto inesperados. Al igual que lo bello: su ofrecimiento es libre de expectativas, de deseo y destino. Un momento suspendido en el tiempo.

 

La obra amortiza esa presión externa e invita a posarse frente a lo que sucede cuando nos liberamos de demandas externas y roles impuestos y nos observamos frente a un escenario de objetos y flores. ¿Podremos conformar parte de lo mismo? 

 

Muchas veces se ha usado la flor como metáfora de lo femenino, pero a éstas no les exigimos ser fuertes, ni comportarse, ni florecer. 

 

Cuando caen las flores, caen con ellas los velos, las pretensiones, los estandartes políticos, y nosotras también caemos y nos permitimos entrar impávidas en ese espacio abismal de lo genuino.